Un granjero paseaba
disfrutando del bosque y llegó al claro que estaba en el linde de la maleza. En
aquella soledad encontró a un anciano que tiritaba lastimeramente. Sólo una
harapienta capa le cubría el cuerpo del crudo frío invernal. Sus cabellos
grises estaban insertados como plumas alrededor de la cabeza, y su barba era
larga y desaliñada. Con manos trémulas se secó las lágrimas, pero siguió
gimiendo.
El buen granjero se
apiadó de él y le dijo, bondadosamente:
-Dime, amigo mío, ¿qué te
sucede?
-¡Algo terrible!
¡Espantoso! -exclamó el viejo, entre sollozos- Vendí mi casa, mis tierras y
todo lo que tenía, y oculté en este agujero el oro que me dieron por ellos. Y
ahora, ha desaparecido.
Y, nuevamente, las
lágrimas le resbalaron por las mejillas.
-Temo que estás sufriendo el castigo del avaro -dijo sabiamente el
granjero-. Has permutado tus cosas buenas y útiles por un montón de oro
inservible, que no puedes comer ni usar como ropa. ¡Aquí tienes! -agregó-. Mira esta piedra. ¡Entiérrala y piensa que
es tu pedazo de oro! ¡Nunca notarás la diferencia!
Y el granjero siguió su
camino, abandonando al lloroso viejo.
Alemania podría enterrar
su Deuda, que nunca cobrará, en forma de quita…porque está sufriendo el castigo
del avaro…
Mark
de Zabaleta